martes, 21 de abril de 2009

¿Fuego o cenizas?

“…te aconsejo que avives el fuego…” (2 Timoteo 1:6)

El altar de nuestro corazón puede ser un lugar donde habite el fuego del Espíritu Santo. Sin embargo corremos el riesgo que por negligencia, en ese altar en lugar de fuego sólo haya un montón de cenizas.

La Biblia nos relata que el sacerdote del antiguo pacto tenía una responsabilidad ineludible cada mañana:

“Y el fuego encendido sobre el altar no se apagará, sino que el sacerdote pondrá en él leña cada mañana, y acomodará el holocausto sobre él, y quemará sobre él las grosuras de los sacrificios de paz. El fuego arderá continuamente en el altar; no se apagará.” (Levítico 6:12-13)

Es nuestra responsabilidad mantener el fuego avivado.

Si bien el fuego había sido encendido por Dios, era la responsabilidad del sacerdote mantenerlo avivado para que no se extinguiera. Para ello, debía en primer lugar retirar las cenizas y luego colocar leña nueva sobre el altar. De igual manera debemos mantener “avivado” el fuego de nuestra devoción a Dios, eso significa que si el cristianismo que profesamos no es algo más que una reunión social, este fuego pronto se ahogara. Es por eso que el Apóstol Pablo le recomienda a Timoteo mantener una fe ardiente:

“Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día; deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo; trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también. Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” (2 Timoteo 1:3-7)

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